Veinte westerns y dos series del Oeste (HBO y Netflix) del siglo XXI que deberías haber visto ya
No está muerto, ni siquiera agoniza. El western es un género incombustible. Vuelve una y otra vez porque ofrece infinitas posibilidades para reflexionar sobre la condición humana. Como escribiera el poeta Luis García Montero, no se trata sólo de que los esquemas míticos de las películas del Oeste hayan permeado el thriller, la ciencia ficción o el cine de terror (que también), sino de que el Far West aun está en el punto de mira de numerosos realizadores. Cineastas que, en lo que va de siglo, han dado sus personales visiones del Oeste, tan diferentes como cautivantes. Feliz lectura, y felices westerns
Sergio Torrichelli, 29 de enero 2021
Guillermo Altares, periodista cultural del diario El País, se lo preguntaba en voz alta no hace mucho tiempo: “¿Por qué el western siempre vuelve?” Altares recordaba un viejo artículo donde el cultivado y hondo exégeta del género, autor del mítico libro Más allá del Oeste, Ángel Fernández Santos, daba las películas del Oeste por muertas y enterradas:
“Ya apenas se hacen westerns. De tarde en tarde, Clint Eastwood o algún otro maniático del antiguo fuego sagrado del género de géneros, como Lawrence Kasdan en su Silverado, hace una incursión aislada, una escaramuza que no crea continuidad en los itinerarios de las viejas pistas abandonadas o en los antiguos poblados de madera ahora desiertos.”
Ángel Fernández Santos escribía esta especie de lamento fúnebre por las películas del Oeste en 1989. Sin embargo, un año después, Kevin Costner hacía galopar el western por los cines de medio mundo a lomos de Bailando con lobos (1990).
Y, apenas dos años más tarde, Clint Eastwood filmaba una de las obras maestras del género: Sin perdón(1992), una oscura y emocionante vuelta de tuerca al discurso fordiano de El hombre que mató a Liberty Valance. Ambas películas triunfaron en los Oscar y dispararon la recaudación mundial, desmontando la absurda teoría de que las pelis del Oeste sólo funcionan en Estados Unidos. Algo que ya había cuestionado antes Sergio Leone con el éxito de sus spaghetti westerns y que en este siglo han vuelto a poner de manifiesto Valor de ley, de los hermanos Cohen, Django desencadenado, de Tarantino, o El renacido, de Iñarritu.
El western siempre resucita
La verdad es que – enriquecido por múltiples desapariciones, alimentado por la idea de su propia finitud – el western ha demostrado sobradamente su capacidad de supervivencia.
No obstante, hay quien sigue empeñado en expedir su certificado de defunción. Yo ya he perdido la cuenta de las veces que he leído que es un género difunto, perteneciente a otros tiempos más crédulos, más ingenuos, más inocentes. Sí, hablar de su irreversible agonía constituye casi una moda, como esos absurdos e indigestos congresos literarios en torno a la muerte de la novela.
Y sí, es cierto, el western ha vivido malas épocas. Sufrió una crisis profunda en los años setenta y ochenta. Pero no desapareció de las pantallas. Walter Hill, por ejemplo, hizo la injustamente olvidada Forajidos de leyenda en 1980. Clint Eastwood siguió la estela de sus maestros, Sergio Leone y Don Siegel, con Infierno de cobardes, El fuera de la ley o El jinete pálido antes de estrenar Sin perdón, película que no fue, ni mucho menos, el último clavo del ataúd, como les gusta repetir a los agoreros.
El último mohicano (1992), de Michael Mann; Dead man (1995), de Jim Jarmusch; Lone Star (1996), de John Sayles; y Una historia verdadera (1999), el hermosísimo western de David Lynch que ajusta su paso a la marcha vacilante de un viejo cowboy en su último viaje, son una incontestable prueba de que el western no sólo se negó a morir en los noventa, sino que alumbró obras magníficas.
El western es como el jazz
Puede – no voy a negarlo – que las películas del Oeste les parezcan un rollo a las nuevas generaciones. Y es casi seguro que nunca vuelvan a rodarse tantos westerns como en los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Puede, también, que Hollywood prefiera los superhéroes a los vaqueros. Y sí, ya no tiene la salud de hierro que tuvo en los tiempos de John Ford. Pero ni el western ha muerto ni sus jinetes se han perdido en la tormenta.
Y es que el western, como el jazz, tiene la capacidad de renovarse una y otra vez. En lo que va de siglo XXI son Kevin Costner, Ed Harris, Quentin Tarantino y los hermanos Cohen los cineastas que se han adentrado en su territorio con películas tan notables como Open Range, Appaloosa, Django desencadenado y Valor de ley.
Y no cabalgan solos en la llanura. Les acompañan Tommy Lee Jones, empeñado en conservar el fuego sagrado al que se refería Ángel Fernández Santos; showrunners como Scott Frank y David Milch, responsables de dos inmensos westerns televisivos, Godless y Deadwood; y realizadores tan dispares como González Iñarritu, Andrew Dominik, Graig Zahler, David Mackenzie o Jacques Audiard, por citar algunos de los cineastas que han dado un nuevo impulso al género.
Y sin más preámbulo, aquí va la lista de imprescindibles prometida en el título.
Open Range (Kevin Costner, 2003)
Por un triunfo, Bailando con lobos (1990), varios desastres de crítica y público coronados por el Mensajero del futuro (1997), especie de western post-apocalíptico que no tiene por donde cogerse. Sí, Kevin Costner ha demostrado un admirable empeño en dedicarse al western y no siempre ha salido airoso. Open Range valió la pena; es una muy buena película del Oeste, un filme que desprende el inconfundible aroma de los clásicos del género.
Junto a un Robert Duvall imperial y una espléndida Annette Benning, Costner, estrella venida a menos, consigue convertirse en un perdurable hombre del Oeste. El brutal, realista y emocionante duelo final no se olvida fácilmente.
Cold Mountain, (Anthony Minghella, 2003)
Son muchos los directores no estadounidenses que se han acercado al western para renovarlo, prolongar su vida o enriquecerlo. Uno de los mejor parados en esta empresa fue el británico de pura cepa Anthony Minghella.
El añorado director de El paciente inglés se atrevió con una película a medio camino entre la Odisea y Lo que el viento se llevó. Se trata de Could Mountain, filme ambientado en la Guerra de Secesión en el que la violencia y la muerte se dan la mano con una épica historia de amor.
Colud Mountain cuenta la historia de Inman (Jude Law), un soldado herido en el frente que decide desertar, y Ada (Nicole Kidman), una mujer acostumbrada a la buena vida que tiene que apoyarse en una dura y pragmática Renée Zellweger para salvar la granja de su padre. La guerra, en esta película, es casi igual de peligrosa en el frente que en la retaguardia, donde el hambre y la muerte despliegan sus alas de murciélago como un ángel oscuro. Sin duda, una excelente contribución al género.
Deadwood, (David Milch, HBO 2004-2006)
Deadwood es lo mejor que le ha ocurrido al western en este siglo XXI. La serie creada por David Milch (Canción triste de Hill Street, Policías de Nueva York) es una de las obras más grandes jamás proyectadas en la pequeña pantalla, una inmensa historia del Oeste contada en treinta y seis capítulos.
1876, la reserva india en Black Hills dos semanas después de la última batalla del general Custer. La fiebre del oro. Un campamento minero sin Dios ni Ley donde todo y todos tienen un precio… Jamás hubiera imaginado que una serie de televisión pudiera revivir el Lejano Oeste de manera tan vívida.
Y sin embargo, ahí está ese pueblo a medio construir en mitad de la América más salvaje. Un agujero infecto lleno de ruido y furia. Un simple párrafo en los libros de historia por ser el lugar donde encontró su muerte el legendario Wild Bill Hickok, encarnado magistralmente por Keith Carradine.
Pero la historia crepuscular del mítico pistolero no es más que el comienzo de una laberíntica progresión de lealtades y traiciones, de ambiciones y rivalidades, de codicia y supervivencia donde a veces brilla algo que podemos definir como una conducta honorable.
El diseño visual, el dominio para utilizar los decorados, la crudeza con que se muestra el sexo y la violencia, los magníficos diálogos, los personajes… Deadwood es tan buena y desmitificadora como Sin perdón. Y si no me creen prueben a visitar este poblado de mineros y a entrar en el burdel regentado por el perverso y deslenguado Al Swearengen, un villano con alma que no tiene nada que envidiar al interpretado por Lee Marvin en Seven men from now.
Los tres entierros de Melquiades Estrada (Tommy Lee Jones, 2005)
Tommy Lee Jones es uno de los rostros más reconocibles del western del presente siglo. Los tres entierros de Melquiades Estrada fue su debut como director: una película sencilla, filmada con austeridad y concisión, con un tono crepuscular que, a ráfagas y a rachas, recuerda al mejor Peckinpah.
La película cuenta el empeño de Pete Perkins – un curtido hombre de la frontera que el mismo Tommy Lee Jones encarna con enorme dignidad – por hacer justicia a su amigo Melquiades, un sin papeles muerto que había cruzado el Río Grande en busca de una vida mejor. Con ese fin, Pete obliga al joven e inexperto policía que ha matado a Melquíades a desenterrar el cadáver de éste y ayudarle a transportarlo hasta el pueblito en que, supuestamente, vive la familia del muerto.
El viaje que hacen los protagonistas de Los tres entierros de Melquiades Estrada responde a la perfección a la pregunta con la que empezaba este artículo. ¿Por qué siempre vuelve el western? Porque ofrece infinitas posibilidades para reflexionar sobre la condición humana y, entre otras muchas cosas, nos habla de héroes ocultos e ignorados. Y porque permite diseccionar cuestiones eternas, como la muerte, la lealtad, la amistad, el perdón.
Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005)
Fue la mejor película del año. Y es, en mi opinión, uno de los mejores westerns modernos de la historia. Narrada con gran vigor y honestidad, con referencias continuas a las grandes claves del género – el paisaje infinito, el duro oficio del cowboy, la lucha con la naturaleza –, Brokeback Mountain es, por encima de todo, una amarga y cálida historia de amor entre dos rudos vaqueros de Wyoming que sufren los estragos de una sociedad hostil.
Ang Lee ya había dirigido una notable película del Oeste ambientada en la Guerra de Secesión, Cabalga con el diablo. Pero aquí vuela a la altura de los más grandes maestros. Los dos actores principales (Heath Ledger y Jake Gyllenhaal) están soberbios. Y hay en el filme un dominio extraordinario de la puesta de escena clásica y momentos de insuperable densidad dramática. Un ejemplo, la visita de Ennis-Ledger a la casa paterna de Jack- Gyllenhaal. Una secuencia que a mí me recordó aquella conmovedora escena The Lusty men (Nicholas Ray, 1953) en la que el personaje interpretado por Robert Mitchum regresaba a la casa abandonada de su infancia.
Ang Lee es, sin duda, el director más camaleónico del cine moderno. Como dijera Carlos Boyero:
“Su camaleonismo provoca asombro. También la credibilidad absoluta que desprenden los ambientes, personajes y sentimientos que retrata. Puede pasar con naturalidad de la comedia a la tragedia, de la fábula localista al cine de época, de la fantasía oriental a la adaptación de un cómic, del atrevimiento de filmar una pasión sadomasoquista en la guerra chino-japonesa a una historia de amor entre dos vaqueros. Es probable que él sólo se considere un artesano que aplica el lenguaje que necesita a cada guión que ha decidido rodar. Yo tengo muy claro que es un artista”.
Los protectores (Walter Hill, 2006)
Según Javier Marías, esta película televisiva dirigida por Walter Hill y protagonizada por Robert Duvall es uno de los mejores westerns de la historia:
“Los protectores está casi a la altura de algunos de John Ford, Howard Hawks y Anthony Mann”.
Estoy de acuerdo. Los protectores es una pequeña y desconocida obra maestra del género. El filme cuenta la odisea de Duvall y su sobrino, dos cowboys a la antigua usanza que, camino de Wyoming, se encuentran con una puta madura ( inolvidable Greta Scacchi ) y cinco jóvenes chinas – todas recién llegadas, todas vírgenes, todas destinadas a ser vendidas como prostitutas – de las que acaban haciéndose cargo, con los consiguientes retrasos y complicaciones.
Los protectores tiene ese aroma que nos acompaña desde la primera vez que cabalgamos por una pantalla de cine. Sus imágenes están en las antípodas del realismo sucio de Deadwood. Los personajes principales pertenecen a la estirpe de los héroes interpretados por John Wayne y James Stewart. Sus diálogos huelen a eternidad.
“Nosotros – dice Duvall en un momento del filme – no buscamos salvar a unas orientales y a una puta con la nariz rota. Simplemente ocurrió. A veces uno tiene que tirar adelante con lo que le pongan en le camino…”
El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (Andrew Dominik, 2007)
Historia y leyenda se confunden fácilmente en el Oeste, como bien apuntaba John Ford en Fort Apache y en El hombre que mató a Liberty Valance. Pues bien, Jesse James – su historia y su leyenda, su vida dentro y fuera de la ley – es, con Billy el Niño y Wyatt Earp, el personaje que más suerte han tenido en la gran pantalla.
Desde que en 1939 Henry King hiciera de su crónica negra una de las obras maestras del western ( Tierra de audaces ), Jesse James ha resucitado en múltiples ocasiones. Algunas inolvidables, como La venganza de Frank James, de Fritz Lang; Balas vengadoras, de Sam Fuller; La verdadera historia de Jesse James, de Nicholas Ray, y Forajidos de leyenda, de Walter Hill.
Sorprendente, extraña, sin rayar a la altura de sus precedentes, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford constituye una aportación interesante al mostrarnos el reverso tenebroso del mito y las tortuosas razones del hombre que lo mató.
No es país para viejos, ( Joel y Ethan Cohen, 2007)
Dice Rafael Narbona que la supervivencia del western como género cinematográfico no depende de nuevas versiones de los clásicos: Los siete magníficos, 3:10 to Yuma… No, depende de la capacidad de aplicar sus planteamientos estéticos y morales al mundo actual; un mundo no menos violento y despiadado que el Salvaje Oeste del siglo XIX, cuando cowboys, indios, colonos, sheriffs y forajidos luchaban duramente por sobrevivir.
No es país para viejos es un buen ejemplo. Traducción en imágenes de la magnífica novela de Cormarc McCarthy, la película de los hermanos Cohen contiene los elementos inconfundibles de los mejores westerns. Hay un paisaje calcinado que transpira desolación por todas partes. Hay cuatreros, aunque reconvertidos en traficantes de droga; pistoleros a sueldo y asesinos despiadados ( el frío y aterrador Anton Chigurh, Javier Bardem). Y hay un viejo sheriff (Tommy Lee Jones) que medita sobre una tierra fronteriza y violenta donde ya no queda lugar para la justicia.
Los diálogos de No es país para viejos tienen la afilada precisión de McCarthy y las miradas de Tommy Lee Jones el cansancio de los inolvidables personajes de Peckinpah. Pero los Cohen consiguen que todo parezca que lo ves por primera vez.
Por otra parte, el final de la película incluye uno de los momentos más terroríficos de la historia del western: esa habitación de motel donde el despiadado Anton se dispone a matar al sheriff Bell. ¡El horror, el horror!, que diría Joseph Conrad.
Appaloosa (Ed Harris, 2008)
El gran Ed Harris produce, escribe, interpreta y dirige esta película del Oeste que posee aliento épico, dureza, humor y personalidad. Appaloosa es la historia de dos tipos duros (Ed Harris y Viggo Mortensen): dos pistoleros contratados para defender un pequeño pueblo de los abusos de un violento y bien conectado terrateniente (Jeremy Irons).
Appaloosa es también la primera vez que Ed Harris aborda el western como autor. Pero lo hace con tanta seguridad que uno tiene la sensación de que lo lleva frecuentando mucho tiempo. La acción se funde admirablemente con el intimismo; los diálogos son precisos y sabrosos; la atmósfera, veraz; los personajes, de carne y hueso, esto es, ambiguos, complejos, nunca de una pieza.
Hay química en la amistad de esa pareja de profesionales que se ponen la placa de la ley no por razones morales sino porque es su oficio, tal y como lo harían los héroes de Howard Hawks. Hay sutileza en el retrato del personaje interpretado por Renée Zellweger. Y hay, por encima de todo, un enorme respeto por el viejo cine del Oeste, de cuyas fuentes bebe el filme con gran sabiduría.
Valor de ley (Joel y Ethan Cohen, 2010)
Sí, es un remake del filme que rodó Henry Hathaway en 1969, una película que le valió el merecido Óscar a John Wayne, metido en la piel de un borracho cazarrecompensas al que una cría testaruda y pragmática contrata para que detenga o mate al asesino de su padre…
La cinta de Hathaway tiene aliento épico, tristeza, autenticidad. Pero la versión de los hermanos Cohen, con un Jeff Bridges inconmesurable, es aún mejor. Nada en este clásico moderno está exagerado. Hay las dosis justas de violencia, aventura, peligro, melancolía contenida y emoción. También hay humor y asombrosas escenas de quietud. Y entre estas últimas no tienen desperdicio las conversaciones entre esa niña precozmente adulta y el viejo pistolero convencido de que las veintitrés personas que se ha cargado a lo largo de su vida tuvieron la muerte que merecían. ¿Mi consejo?: vean las dos.
Blackthorn, (Mateo Gil, 2011)
Las películas del Oeste vienen a ser lo que son sus personajes y, sobre todo, sus autores. Si el western evoluciona desde los viejos filmes de “buenos y malos” hasta historias más complejas, se debe a directores y nombres como John Ford, Anthony Mann, Budd Boetticher… y una bastante menos conocida nómina en la que se encuentra el español Mateo Gil.
Blackthorn se desarrolla en Bolivia a finales de los años veinte del siglo pasado. Pero, como dijera en su momento Carlos Boyero, desprende el inconfundible aroma del mejor cine del Oeste. Y es que el excelente guión de Miguel Barros condesa, con ecos del lirismo de Sam Peckinpah y resonancias de tragedia griega, todo cuanto el género toca: sangre, aventura, secuelas del pasado, espacios abiertos y un personaje de leyenda, el fuera de la ley Butch Cassidy, encarnado por Sam Shepard en una de las interpretaciones más memorables de los últimos tiempos.
Django Desencadenado (Quentin Tarantino, 2012)
Una prueba de que el western esta bien vivo es que hoy lo abordan los pesos pesados que le quedan al cine estadounidense: los hermanos Cohen y Quentin Tarantino, tipos que han vuelto a inventar el cine para una nueva generación.
A Tarantino, últimamente, le puede la desmesura, y Django desencadenado no es una excepción. Cierto, la primera película del Oeste del enfant terrible de Hollywood no es una obra perfecta, como Reservoir dogs, Pupl fiction o Jackie Brown, pero sí Cine con mayúsculas, un chute de emociones en dosis de cuidado.
El filme, ambientado en 1858, tres años antes de la Guerra de Secesión, cuenta la historia de un esclavo liberado (Django, Jaimie Foxx) que tiene la oportunidad de hacerse cazarrecompensas y emprender un largo camino con el objetivo de salvar a su mujer de las garras de un deslamado esclavista (el psicópata Calvin Candie, Leonardo Di Caprio).
Tarantino subrayó en el momento de su estreno: “Debo decir que, por muy duras y crueles que se pongan las cosas en la película, la realidad fue mucho peor. Todos sabemos de la brutalidad y la inhumanidad del esclavismo, pero cuando investigas un poco deja de ser un asunto intelectual, un dato histórico… Te cabreas y debes hacer algo al respecto”.
Django desencadenado es la respuesta de Tarantino a ese cabreo; una película operística, poderosa y salvaje donde el cineasta de Knosville se sumerge en las atrocidades de la historia reescribiéndola con licencia y justicia poéticas. Una monumental película del Oeste que conduce el western hacia lugares delirantes e insospechados.
Deuda de honor (Tommy Lee Jones, 2014)
Una diligencia atraviesa un paisaje imponente conducido por una solterona indomable y un viejo granuja de tres al cuarto. Con ellos viajan tres mujeres víctimas de la demencia y de la atroz dureza del Oeste. Esta imagen resume el tono amargo de Deuda de honor.
El filme, hermoso y desolador a la vez, cuenta una historia de piedad, decencia y orgullo en la que los personajes, encarnados por unos magníficos Tommy Lee Jones y Hilary Swank, realizan el viaje inverso que hacían los héroes clásicos del western. Desde el medio Oeste al civilizado Este.
Nueve años después de estrenarse como director con Los tres entierros de Melquíades Estrada, Tommy Lee Jones volvió al western con esta película que desborda autenticidad. Deuda de honor es una película del Oeste en la que el navajazo a traición y el disparo en el pie han desplazado la épica del duelo cara a cara. Y en la que , como dijera Javier Ocaña, no hay ningún ímpetu de conquista porque ya nada se puede conquistar, salvo la calma y la paz.
El renacido (Alejandro González Iñarritu, 2015)
El renacido cuenta la misma historia que El hombre de una tierra salvaje, dirigida en 1971 por el tristemente olvidado Richard C. Sarafian: es la epopeya, increíble y al mismo tiempo real, del trampero Hugh Glass, dado por muerto y abandonado a infinitos grados bajo cero por sus compañeros después de ser salvajemente atacado por un oso.
Se trata, por tanto, de un western en las antípodas narrativas de Deuda de honor; un western ambientado en plena conquista del Oeste. Glass pertenece a la estirpe de Jeremiah Johnson, la gran familia de los pioneros. Y su odisea, narrada por González Iñarritu con fuerza y hondura, habla del instinto de supervivencia en condiciones infernales, de la fuerza que hace hervir en las venas el deseo de venganza, de las brutales leyes de la naturaleza cuando fallan todas las civilizadas defensas contra ella.
El renacido es un filme lleno de ruido y furia, prodigioso desde el punto de vista estético y con un Leonardo di Caprio antológico.
Los odiosos ocho (Quentin Tarantino, 2015)
Tres años después de estrenar la monumental Django desencadenado, Tarantino volvió al western con Los odiosos ocho. Un entretenimiento de primera categoría que condensa todo lo que el enfant terrible del cine estadounidense puede ofrecer: guiños para cinéfilos, traiciones, venganzas, sangre a raudales, giros insospechados, suspense, diálogos como puños…
El arranque, con una diligencia atravesando un salvaje paisaje de Wyoming mientras cae la nieve y suena la música de Ennio Morricone, juega al despiste. Porque el resto del filme (tres horas de metraje más o menos) transcurre en el asfixiante escenario de una posada perdida en medio de la nada. Allí, aislados por la tormenta de nieve, se dan cita los odiosos personajes del título: cazarrecompensas, forajidos, veteranos de la Guerra de Secesión… Todos ellos con unas historias personales acuestas que pueden ser ciertas o no, como en una novela de Agatha Christie. Todos tipos duros, despiadados, de lengua pausada y gatillo rápido.
Para el recuerdo queda el discurso sobre la justicia que Oswaldo Mobray, el cínico y sofisticado verdugo encarnado por Tim Roth, le suelta a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh), distinguiendo la ejecución legal de un asesino y el linchamiento de éste por los familiares de sus víctimas. Una verdadera filípica aceptada por el torvo cazador de recompensas John Ruth (Kurt Russell) con un sentencioso Amén:
“¿Pero en última instancia cual es la diferencia entre las dos? La verdadera diferencia soy yo, el verdugo. Para mí no importa lo que hayas hecho. Cuando te cuelgo no tengo satisfacción con tu muerte. Es mi trabajo. El hombre que tira de la palanca, que quiebra tu cuello debe ser un hombre sin emociones. Y esa carencia es la esencia misma de la justicia. Porque la justicia impartida con emociones siempre esta en peligro de no ser justicia.”
Slow west (John Maclean, 2015)
Amaneceres y crepúsculos; villanos aparentes y villanos reales; persecuciones a través de montañas, desiertos y llanuras; despedidas provisionales y definitivas; soledades alrededor de una hoguera nocturna en las que irrumpe la evocación o el recuerdo doloroso del pasado …
Slow West es una magnífica película del Oeste, un western realista, irónico y lírico, estructurado en torno a la unión accidental de dos extraños compañeros de viaje: un duro y curtido cazarrecompensas interpretado por Michael Fassbender (Silas) y un joven e ingenuo inmigrante (Jay, Kodi Smit-McPhee) dispuesto a todo para encontrar a su amada.
John Maclean maneja extraordinariamente bien todos los elementos del western crepuscular. Y lo que es más importante, lo que cuenta y la forma en que lo cuenta tienen cuerpo y alma. El Salvaje Oeste no sólo no es país para viejos; tampoco es un territorio para románticos e ingenuos. Es un lugar donde solamente sobreviven los depredadores. Y a veces, ni éstos.
Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015)
Si El renacido remite a Las aventuras de Jeremiah Johnson y Los odiosos ocho al spaghetti western más violento, Bone Tomahawk, lo hace a clásicos memorables como La venganza de Ulzama, de Robert Aldrich, y La noche de los gigantes, de Robert Mulligan.
Pero hay más. Bone Tomahawk condensa lo mejor del viejo cine del Oeste. La expedición de rescate de Centauros del desierto. El héroe cansado de El Dorado (Kurt Russel). El pistolero y jugador de La diligencia (Matthew Fox). El anciano y bonachón ayudante de sheriff de Río Bravo (Richard Jenkins). El tipo bueno y honesto, dispuesto a todo por salvar a su mujer (Patrick Wilson). El maravilloso paisaje, a la vez conocido y nuevo. La camaradería de Grupo Salvaje…
Hasta la última parte de la película uno cree estar viendo un western crepuscular sugerente e intenso, complejo y magnético. Y entonces… entonces la historia estalla. Y ese clásico y cansado cuarteto que ha partido de Bright Hope para rescatar a una mujer y al joven ayudante del sheriff – secuestrados por una misteriosa y salvaje tribu de indios – se encuentra cara a cara con el horror más absoluto. Porque los pieles rojas son aquí una tribu de caníbales con muy malas pulgas. La violencia del Oeste se contagia por momentos de los cruentos espasmos del cine gore. Y con todo, la película no pierde su clásico discurso sobre el amor, la camaradería, el valor y el deber.
Comanchería ( David Mackenzie, 2016)
Todo en Comanchería desprende el aroma del mejor cine norteamericano. El filme del escocés David Mackenzie es un western crepuscular con coches en lugar de caballos: una emocionante demostración de que el género de géneros puede variar de tiempo y decorado y seguir siendo el mismo.
Apasionante y veraz, Comanchería habla de la rapacidad de los fuertes ( los bancos ) y la penosa situación de la white trash (basura blanca) tejana. Y sobre todo, de una época en la que no ya no existe un territorio virgen y salvaje donde empezar de nuevo, huyendo de la pobreza, las humillaciones y la falta de expectativas.
Los hermanos Howard (Chris Pine y Ben Foster) no son forajidos de leyenda, no son los hermanos James. Son, como algunos de los personajes de Cormarc McCarthy, una especie de vaqueros extraviados en un futuro sin horizontes de libertad. Tipos duros que se identifican con los mitos del Viejo Oeste y no se resignan a perder la propiedad que su madre – viuda – hipotecó para no morir de hambre antes de hacerlo de cáncer. Tampoco los Rangers encargados de darles caza (Jeff Bridges y Gil Birmingham) montan a caballo.
Sí, el tiempo en que se desarrolla Comanchería – la Texas del siglo XXI – no se corresponde con la idea que tenemos del western. Pero todo lo que vemos y oímos es cine del Oeste y del bueno. La lucha entre el débil y el fuerte. La pugna entre los guardianes de la ley y unos proscritos que buscan saldar cuentas con un mundo que le arrincona. La caza del hombre por el hombre. El paisaje… Imposible olvidar el diálogo final entre Jeff Bridges y Chris Pine.
J. BRIDGES: Esas cuatro muertes te atormentaran siempre.
C.PINE: Mi familia siempre ha sido pobre. La pobreza es como una enfermedad que se transmite de una generación a otra. Pero mis hijos no la padecerán. Ellos no.
Godless (Scott Frank, Netflix 2017)
Estoy cansado de oír eso de que el mejor cine de hoy está en la televisión. Pienso que hay muchas series sobrevaloradas. Y ya no recuerdo las veces que he dejado a medias alguna de esas supuestas obras maestras que nos ofrecen como churros las grandes plataformas de streaming. Pero debo reconocer que es maravilloso cuando das con una serie que te atrapa y no puedes dejar de ver. Son series que no quieres que terminen nunca.
Me sucedió con Roma, con Los Soprano, con The Wire, con la inglesa The hour. Me ocurrió con Deadwood. Y me volvió a pasar con Godless, western televisivo de siete capítulos que devoré de un tirón. Me fascinaron los personajes, las situaciones y la atmósfera. Me intrigó su desarrollo. ¡Y qué decir de la compleja descripción de ese poblado minero regido y habitado por mujeres! O de la la orgullosa soledad de Alice Fletcher, los sentimientos de culpa de Roy Goode y la creciente decadencia de ese sheriff empecinado en hacer bien su trabajo a pesar de que se está quedando ciego a marchas forzadas. Y cómo olvidar el reguero de desolación que deja a su paso la cruel banda de Frank Griffin (inconmensurable Jeff Daniels)…
Pero basta. Godless no se puede, no se debe resumir. Hay que verla. Su creador, Scott Frank, y su productor, Steven Soderbergh, nos han hecho a todos los amantes del western un regalo impagable.
Sweet country (Warwick Thorton, 2017)
Ya lo he dicho antes. Para resultar creíble, un western no tiene necesariamente que transcurrir en Texas, Nuevo México, Arizona, Monument Valley… Basta con que contenga su espíritu, su reconocible estética y ética.
Sweet country es un buen western. Y lo es pese a que su historia de homicidio, huida y persecución se desarrolla en la Australia de 1929. Lo es pese a escarbar en las heridas que el racismo y la violencia de los blancos han infligido a la comunidad aborigen del territorio oceánico.
Warwick Thorton, su director, no oculta su deuda con obras maestras como Centauros del desierto o El hombre que mató a Liberty Valance. Y consigue imprimir a su película esa fisicidad que Budd Boetticher daba a los westerns que hizo con Randolph Scott. Por supuesto, buena parte de esto último se debe al grandioso paisaje, las imponentes llanuras que rodean a los personajes. Pero también a que Thorton consigue que sintamos a milímetros de nuestra piel y de nuestro corazón el miedo, la sed, la fatiga, el odio, el calor, el rostro de la injusticia y el racismo… Y eso no es fácil.
Los hermanos Sisters (Jacques Audiard, 2018)
El francés Jacques Audiard es el autor de Un héroe muy discreto y Un profeta: dos filmes memorables sobre temas tan dispares como las sombras de la Resistencia francesa o el aprendizaje carcelario de un chaval árabe a la sombra de un capo de la mafia corsa. Y es uno de los últimos forasteros que se han atrevido a entrar, sin ningún tipo de complejos, en los míticos territorios del western. Y lo ha hecho llevando en las alforjas nada más y nada menos que la novela de Patrick de Witt, Los hermanos Sisters.
Ambientada en 1851, en plena fiebre del oro, la película cuenta la historia de dos pistoleros a sueldo de un magnate. Se trata de los dos hermanos del título, interpretados por Joaquin Phoenix y John C. Reilly. Los dos reciben el encargo de matar a un misterioso químico (Riz Ahmed) que ha inventado una fórmula capaz de facilitar la búsqueda del oro. Para dar con él cuentan con la ayuda de un detective (Jake Gyllenhaal).
Relato de aventuras donde nada resulta previsible, Los hermanos Sisters es un western atípico que gana en hondura y emoción conforme avanza su metraje. Su historia – con esas conversaciones junto a un río donde asistimos al eterno conflicto entre utopía y avaricia – como sus personajes, se quedan clavados en el corazón. Y eso sólo lo consiguen los grandes.
Emboscada final (John Lee Hancock, 2019)
Dice Antonio Muñoz Molina que el cine, como la antigua poesía épica, ennoblece y corrompe. En un pasaje de Homero, un degüello repulsivo se convierte en el acto de un héroe. En Bonny and Clyde, la mítica película de Arthur Penn, las huidas y atracos tienen el resplandor romántico de las rebeliones sociales. Bonny Parker y Clyde Barrow eran, en realidad, feos y pequeños. Y sin embargo, para mí, como para Muñoz Molina, siempre tendrán la cara de Warren Beaty y Faye Dunaway.
Pues bien, el guionista John Fusco y el director John Lee Hancock han virado el punto de vista de la historia hacia los agentes de la ley que acabaron con la legendaria pareja. Y lo han hecho con pretensiones realistas, sí, pero siguiendo el cauce utilizado por Arthur Penn. Es decir, imprimiendo la peculiarísima cadencia y el aliento de tragedia del western a una historia que ocurre en otro escenario y tiempo histórico que los del cine clásico del Oeste.
Emboscada final es, con otros ropajes, un western puro, en el que el marco de la Gran Depresión absorbe la estética y ética de las grandes películas del Oeste. Frank Hamer, el ranger que en la película de Penn no pasaba de ser un cruel inepto, tiene aquí el porte honorable de Kevin Costner – que irradia esa aura en extinción que desprendían las estrellas clásicas – y junto a él, como el ayudante Maney Gault, está Woddy Harrelson.
“No quise hacer algo obvio, porque todos sabemos cómo termina la historia”, declaró en su momento Hancock: “Quería que el viaje de Frank y Maney fuera el que dirigiera la película. Y también el hecho de que ambos tienen ese don terrible, esa habilidad que hacen muy bien, que es la cacería humana. Ellos saben cómo va a terminar todo. Va a ser violento, sangriento y triste y será algo con lo que tengan que vivir por el resto de su vida.”